Anita y el personal trainer caribeño

Written by , on 2016-06-08, genre voyeur

Recién casados con Ana nos habíamos instalado en un pequeño departamento en el centro. Mi dulce mujercita decía que se veía pasada de peso y por ello comenzó a hacer ejercicio casi diariamente en un gimnasio cercano.
Iba con Marina, una antigua compañera del colegio secundario.

Una tarde en casa levanté el teléfono y encontré que Ana estaba conversando con Marina; me sorprendí, porque estaban hablando del tamaño de verga que calzaba un tal James, alguien a quien yo no conocía. Imaginé que sería alguien del gimnasio…

Los celos comenzaron a rondarme por la cabeza y decidí entonces que algún día iría a buscarla a ese lugar. La primera oportunidad fue un viernes.
Llegué al gimnasio y vi a mi dulce Ana de espaldas, haciendo bicicleta. Su amiga Marina no se veía por ningún rincón. No había mucha gente en el lugar…
Decidí quedarme fuera de su vista y ver qué ocurría.

Cerca de ella había un hombre negro enorme, de más de dos metros de altura, haciendo pesas. Ana lo miraba de reojo mientras seguía pedaleando en la bicicleta. De pronto ella desmontó y se acercó a conversar con él. Pude comprobar que, cada tanto, su mirada bajaba a mirar de reojo el tremendo bulto que calzaba ese negro entre las piernas, que era en verdad indisimulable…

El negro tenía un dejo de acento inglés, imaginé que sería de alguna isla caribeña.
Le habló a mi esposa sobre ciertos ejercicios que le convenían para tonificar los músculos de la cola y finalmente se atrevió a invitarla un café a la salida…
Mi fiel Ana le dijo que era casada y que la esperaba su marido en casa.

Pero antes de despedirse, le dijo que tal vez en otra ocasión podría aceptar…

Mientras ella iba a cambiarse, yo pegué la vuelta y regresé a casa; ya había visto suficiente… Ana llegó un rato después, sin comentar nada novedoso.

Esa noche mi mujercita se levantó varias veces a tomar agua; la podía notar nerviosa, tal vez ese negro no era su tipo, pero se notaba que el interés de él por ella la había excitado sobremanera.
Antes de que amaneciera no aguantó más la calentura y comenzó a tocarme…
Monté entre sus invitantes piernas abiertas y le enterré mi verga dura; cogimos como locos hasta que amaneció y nos venció el cansancio.
Nunca había notado a Ana tan caliente…

Al día siguiente me preguntó si podía ir a buscarla a la salida del gimnasio, pero le mentí diciendo que volvería más tarde de lo habitual.
Naturalmente, a la hora de la salida, fui otra vez a ver qué sucedía con el negro.
Esta vez le aceptó la invitación a tomar una gaseosa en el bar del gimnasio.
Ella seguía mirándole el tremendo bulto al negro, ya sin disimulo…

Finalmente salieron y el negro ofreció llevarla a casa en su auto. Los fui siguiendo y vi que aparentemente no pasaba nada extraño entre ellos, aunque veía que Anita iba sentada muy cerca del negro.
Llegué unos minutos después de ella, simulando estar muy cansado por mi trabajo en la oficina. Encontré que Ana estaba encerrada en el baño, utilizando por un buen rato el bidet. Seguramente se había mojado bien la concha estando tan cerca del negro.

Esa noche vino a cenar Marina con su marido y en un momento ellas dos se fueron a conversar a la cocina. Traté de escuchar lo que decían y me sorprendí al escuchar que Ana le confesaba a su amiga que, mientras el tal James la traía a casa en su auto, le había metido una mano por dentro de las calzas y le había acariciado el clítoris a Anita hasta hacerla acabar.
Como retribución, mi dulce esposa le había masajeado la verga hasta hacerlo acabar a él entre sus dedos… Por eso había estado después encerrada en el baño…

Lo peor de todo, fue escuchar que el negro le había dado su dirección, para ir a coger tranquilos en su casa cuando ella finalmente se decidiera…

Unos días después me dijo que el sábado por la tarde temprano saldría de compras con Marina. Era extraño, porque justamente el marido de Marina me había comentado que se irían a pasear fuera de la ciudad esa tarde…

Decidí seguir a Anita, adonde fuera que se encontrara con su nuevo amigo negro.
Ella se llevó nuestro auto y yo la seguí en un taxi.
El barrio donde vivía James era espantoso, un lugar oscuro, solitario y peligroso.

Ana descendió del auto frente a una casa bastante derruida y cruzó las rejas.
James salió a recibirla con una gran sonrisa y sin decir palabra tomó a mi delicada mujercita por una muñeca y la arrastró hacia adentro.

Yo entré por detrás de la casa y me ubiqué frente a una ventana abierta que daba al comedor principal. Me escondí detrás de unas plantas.

Ambos estaban sentados en un gran sofá bastante desvencijado.
“Te hice calentar bastante, baby, estabas mojada”. Le dijo el negro sonriendo.
“Basta James, por favor, soy casada, eso no va a volver a pasar nunca más…”
“Entonces… por qué viniste hasta aquí, no te gustaría probar mi verga en tu concha?”

“No, ya te dije que basta de hablar sobre eso…” Dijo Anita casi ofendida…

Pero el negro insistió, acercándose a ella e intentando besarla en el cuello.
Ana no se resistió demasiado, pero de repente se levantó de un salto e intentó ir hacia la puerta. James entonces le aferró la mano con firmeza y la arrastró hacia él.

“Vamos a divertirnos un rato, solamente” Le susurró suavemente a mi esposa.

Comenzó entonces a pasarle su enorme mano por la concha, por encima de las ajustadas calzas que llevaba Anita. Ella comenzó a gemir suavemente.

El negro no quiso perder más tiempo. Le arrancó de un solo tirón las calzas y la tanga de algodón y sentó a Ana en el gran sofá. Le hizo abrir las piernas y comenzó a lamer sus labios vaginales.

Ella comenzó a gemir y a debatirse:
“Noooo, no quiero… me estás calentando mal, negro hijo de puta… no quiero…”

Pero James no la dejó ni respirar; le lamió la concha por cinco minutos, hasta que mi mujercita estuvo bien mojada y por supuesto, entregada…

De repente él se puso de pie y se bajó los pantalones.

Lo que pude ver de costado me dejó totalmente pasmado: era una verga negra enorme, ya endurecida y tan grande como mi antebrazo. Si se cogía a Anita con esa cosa desproporcionada, seguramente ella iba a terminar en un hospital…
Anita abrió los ojos con expresión de sorpresa. Yo podía ver sus pezones erectos de excitación bajo la ajustada remera de algodón que llevaba. Estaba desnuda de la cintura para abajo, con sus piernas abiertas y la vulva brillando con sus fluidos.

Mi esposa la tomó entre sus delicadas manos y comprobó lo pesada que era esa pija.

“Es demasiado grande, me vas a lastimar con esta cosa “. Se quejó ella.

“Ahora vas a chupármela, baby… después veremos…” Sonrió el negro.

Ana comenzó a lamer esa verga enorme por ambos lados; trataba de metérsela en la boca pero era una tarea imposible. Mientras ella se entretenía lamiendo esa cosa negra, su nuevo amante le acariciaba la vulva con los dedos, metiéndoselos a fondo en esa dulce concha que yo tanto disfrutaba…
De repente. El negro se incorporó y tomó a mi esposa por la cintura, haciéndola girar para ponerla en cuatro patas sobre el sofá. Después se escupió los dedos para pasarlos por la concha de Ana, para terminar de lubricarla bien. Al mismo tiempo se acariciaba la verga negra, para endurecerla del todo.
El muy hijo de puta sabía que con semejante pija mi esposa iba a sufrir dolor, pero eso no le importaba demasiado, quería tener la verga bien dura para enterrársela a fondo.
Anita estaba tan excitada y entregada, que parecía no resistirse ya a nada…
Seguía con la cabeza gacha y los ojos cerrados, esperando a que el caribeño la penetrara.

Entones James se puso en cuclillas detrás de ella y la montó. Yo sabía que en esa posición, la penetración sería tremenda.

Ana alcanzó a pedirle muy suave: “Despacio, por favor…”

Pero ella no sabía lo que le esperaba. Con el primer empujón le metió apenas la cuarta parte de esa enorme pija negra: lo cual hizo que Ana quedara con la cara contra el sofá y dejara escapar un alarido desgarrador de dolor…

“Ayyyy… me duele mucho, me estás destrozando la concha… despacio!!” Gimió.

Pero el negro era insistente; con un segundo empujón logró enterrarle la verga hasta casi la mitad, por lo cual Ana volvió a gritar, llorar, debatirse y pedirle que se la sacara, porque la estaba matando.

James no iba a darse por vencido tan fácilmente: con un tercer y último empujón, le metió casi toda su enorme verga a mi delicada mujercita en la concha… y ella ya no se quejó más…

El negro comenzó a bombearla sin piedad, sin importarle los aullidos y la expresión de dolor pintada en el hermoso rostro de mi esposa…
Por suerte para ella, el castigo en su vagina duró muy poco; en menos de tres minutos el negro le hundió la enorme pija todo lo que pudo a fondo, haciendo que Ana apretara los dientes y cerrara los ojos, mientras aullaba a todo pulmón.
Dejó escapar un grito distinto cuando sintió el calor del semen derramándose en su interior. Me pareció que ella no había tenido tiempo de experimentar ningún orgasmo.

James fue retirándose muy despacio de esa hermosa concha, como si con ello pudiera prolongar su propio placer. Dejó tirada allí a Ana, que quedó recostada boca abajo en el sofá, llorando y gimiendo. Tenía cara de dolor todavía y se tocaba con una mano la vulva, sacando sus dedos llenos de leche pegajosa. La había destrozado.
James desapareció de la vista.

Ana se incorporó con gran esfuerzo un rato después; se volvió a vestir las calzas solamente, ya que el negro se había llevado la tanga como recuerdo.
Después muy despacio y rengueando, mi dulce mujercita caminó hasta la puerta y salió a la calle.

Esa noche al llegar a casa no dijo nada, pero al día siguiente tuvo que ver a su ginecóloga, ya que sentía la vagina desgarrada y el dolor era insoportable.

Nunca me confesó que todo ello era debido a la tremenda cogida de ese negro bruto.
Pero aprendió la lección, porque nunca más regresó a ese gimnasio…

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